Un gran número de reacciones químicas se llevan a cabo a temperaturas entre 100 y 250 °C para conseguir una reacción rápida y, por tanto, una alta productividad. Sin embargo, a estas temperaturas ya se inician procesos de descomposición con las correspondientes pérdidas de rendimiento y subproductos no deseados.
Con la ayuda de catalizadores, las reacciones pueden activarse incluso a temperaturas más bajas, pero son caros de conseguir y manejar. La fotoquímica ofrece una alternativa elegante y permite nuevas síntesis. No es el calor ni los catalizadores, sino la energía de la luz la que activa la reacción, que puede tener lugar a temperaturas muy inferiores a 100 °C y, a menudo, incluso a temperatura ambiente. Gracias a este proceso, la descomposición o los subproductos se reducen al mínimo o no surgen en absoluto. Al utilizar la luz en lugar del calor, este principio puede aplicarse a una gran variedad de síntesis, como cloraciones, sulfonaciones, sulfoxidaciones o nitrosilaciones.